UN BUSCADOR CULTURAL QUE ENCUENTRA EN TODOS LADOS

Si hubiere algún riojano  que aún  no lo conozca personalmente, al menos oyó hablar de éste bromista creador de eternos bigotes y pelo largo hasta los hombros. No editó un disco, un libro o un cuadro que tuviera una fuerte repercusión entre el público consumidor, no es un periodista que aparezca todos los días en TV o en las radios de mayor audiencia de la provincia ni es el conspicuo redactor principal de ningún diario, pero es más conocido al caminar por las calles que muchos de los que llevan años realizando actividades artísticas o periodísticas. El multifacético Roque Silva es una persona valorada en sus tareas y al mismo tiempo un entrañable “personaje” que forma casi parte del folklore riojano en el sentido social de la palabra. Hasta cierto punto parecería que toda la cultura riojana de los últimos 40 años pasó de una u otra manera por su vida, y él mismo sigue atravesando la vida de muchos (aunque físicamente parece vivir en un estado de eterna juventud). Con su simpatía de siempre recibió a revista Aguada para esta entrevista, la cual  tuvo que dividirse en dos partes debido a lo extenso de sus anécdotas y recuerdos.

Por Pablo Esteban Gatica (Primera Nota)

¿Desde cuándo recuerdas que te empezaron a gustar las actividades artísticas? Descontando, sin duda, que algo habrá influenciado tu mamá, cultora de las tradiciones chayeras.

Desde niño, porque vengo además de una familia de artesanos. Mi madre hacía cosas en telar, mis abuelas eran tejedoras. Una lo  hacía en telar, la otra la técnica del crochet de tejer con espinas. Y después comencé a ir a distintos lugares a preguntar, a la casa de los artesanos. Y no solamente pasó por allí, fui a una escuela de arte como la Polivalente, tomé talleres, cursos, pero sobre todo ir a la casa de los artesanos a ver como hacían grabados, pintura, dibujo, de todo. Me hacía amigo de ellos para aprender, y a cada feria de artesanos que yo iba era para aprender, me sentaba al lado de un artesano hasta que me enseñaba.

Y además creciste en este barrio de San Vicente, a media cuadra del río Tajamar, barrio histórico de músicos y poetas de la chaya.

Si, artistas, pintores, como el mismo José Jesús Oyola, gente muy “capa”. Tuve la oportunidad de participar en una muestra, la primera que participé, donde estaba también Oyola, que la hicimos en la escuelita del canal. Eran los artistas del barrio, y ahí participé yo con ellos, una cosa muy loca porque era muy niño. En un momento antes de comenzar me dice José Oyola “nos están llamando a los artistas, vamos” y me fui a exponer con ellos (risas).

¡De niño ya te consideraban todo un artista! Bueno, después terminas la secundaria, todavía en la década de los ’70… ¿Y cuáles fueron allí tus primeras actividades artísticas?

Mirá, se me mezcla el recuerdo porque hacía de todo un poco ya en esa época. Escribía y dibujaba mi historieta “Chilo”, iba a festivales de rock, participaba en ferias de artesanos. Me gustaba calzarme la mochila e irme a dedo como mochilero. Llegaban los viernes y yo me iba a cualquier lado aunque sea a dedo. Mi primer trabajo fue la artesanía, yo viajé por las artesanías. Y participé, todavía durante el gobierno militar, de la organización de los primeros encuentros de rock en La Rioja, fue una época muy linda para mí esas juntadas  de músicos rockeros. Aunque de eso mucho no quiero hablar porque aquí cierta gente hizo un documental sobre la historia el rock riojano, y aunque hubo como veinte personas amigas que les recomendaron que hablen conmigo, no quisieron venir a entrevistarme, así que por respeto a esas personas amigas no lo hablo.  Te cuento incluso que como iba a muchos festivales rockeros en Córdoba, terminé apareciendo en un documental sobre la  historia del rock en Córdoba. Fui a todos los festivales de rock de  La Falda.

Sueles contar que llegaste a trabar amistad o por lo menos hacerte conocer con músicos importantes, plomos, organizadores, periodistas importantes y toda la fauna humana que se puede encontrar en esos festivales

Sí, muy buena onda con todos. Por eso aparezco en ese video documental sobre el rock de Córdoba, trabé muy buena relación con los músicos cordobeses sobre todo. Me trataron como si fuera de Córdoba. Tenía muchos amigos allí, algunos grosos como Tito Acevedo, que venía del mundo del tango y el folklore más under, y era el dueño de la peña restaurante Tonos y Toneles, y tuvo otros boliches emblemáticos. Suponte, me decía “este viernes va a estar el Chango Farías Gómez con toda su familia tocando acá” y listo, yo me iba hasta allá como fuese. Y me quedaba a dormir en el boliche. Muy linda onda. Me acuerdo una vez que después de un recital me quedé conversando con el Flaco Spinetta, y le pregunté que recordaba de cuando conoció La Rioja y vino a tocar por primera vez acá en diciembre de 1980. Me respondió “No me olvido más porque me acuerdo que allí me enteré de la noticia de que lo habían matado a Lennon… y conocí a los champis” (risas) Imagínate, lo hicieron en el viejo cine teatro Sussex, y era impresionante en esa época la cantidad de champis que había durante el verano en La Rioja en las calles del centro. Quizás las nuevas generaciones ya no saben lo que eran esos pequeños escarabajos negros con un “perfume” intensamente desagradable, su orina. Un champi era así, imagínate veinte o cien que podía haber debajo de la luz de cada foco de la plaza, y Spinetta había visto eso.

Yo conservo un viejo número de la revista Expreso Imaginario, que cubrió esa gira de Spinetta y  Almendra a fines de 1980, y el periodista que los acompaño aquí fue nada menos que Roberto Petinatto, que estaba haciendo sus primeras armas como redactor en ese medio.

Bueno, yo me lo encontré muchas veces a Petinatto en los festivales de La Falda, aunque él ni se debe acordar de mí. La primera vez que lo vi, estábamos conversando los dos mirando como armaban el escenario, y era un tipo medio raro, que siempre andaba de mameluco. Entonces le pregunto “Che, ¿A qué hora trabajas vos?”. Y me responde “Estoy trabajando”. Yo le respondí “¡Qué vas a estar trabajando vos!”. Claro como andaba siempre de mameluco y yo no sabía que era periodista, pensaba que era uno de los plomos… (Risas) Como otros que conocí, por ejemplo al conocido Quebracho, que trabajaba con Charly y León Gieco, y a uno que le decían Pitufo, porque era enorme, trabaja con Serú Girán. Una vez un amigo mío riojano me preguntó si no conocía alguien que pudiera llevarlo a Buenos Aires. Le dije que no se haga problema, que yo iba a hablar con algunos changos que lo pudieran llevar. Le pregunté entonces a David Lebón si podía ir con los plomos de ellos mi amigo hasta Buenos Aires, y me dijo que no había problema, que hable con Pitufo. Entonces Pitufo le dijo que lo llevaba, con la condición de que le ayudara a cargar algunas cosas. Mi amigo contestó que le ayudaba en lo que quisieran. Pero Pitufo le dio un bafle gigante para poner en un camión, era tan grande que mi amigo no lo pudo levantar. Al final Pitufo lo levantó con una sola mano al bafle, y aunque mi amigo no ayudó en nada lo llevaron igual a Buenos Aires (risas).

A propósito, fuiste de los pocos riojanos que en aquellos años, principios de los ’80, andaba en La Rioja con pelo largo. ¿Te paraba la policía para pedirte documentos o llevarte por averiguación de antecedentes, la gente te decía cosas por la calle?

Si al principio me pasaba de todo eso un poco. Después con el tiempo ya no porque todos  sabían quién era. La gente más vieja me decía cosas o se burlaba, pero es una cosa que después me causó mucha gracia; y ahora más que antes, cuando veo a los sobrinos o hijos de los que me provocaban o querían pelear, ver los hijos con un piercing y la cabeza rayada mitad verde mitad amarilla. A veces van juntos y yo los saludo (risas). Una cosa más que los debe haber molestado es que yo no reaccionaba. Quizás si yo me paraba y me agarraba a las piñas, hubiera sido un buen efecto para ellos. Así que los saludaba con la mano y les decía “todo bien” (risas).

¿Vos comenzaste a trabajar para diario El Independiente cuando vuelve la democracia, aproximadamente?

No me acuerdo exactamente en verdad, pero fueron, fácil, diez años que estuve ahí. Empecé primero llevando mi dibujito de Chilo. Que si ahora lo buscas en el face, lo publicó como Chilo Club, que no le doy mucha bola y por eso no tiene tanta repercusión. Le tendría que dar bola, porque cada media hora hay una cosa para decir, con todo lo que está pasando con los gobiernos de siempre. Y por supuesto yo y Chilo estamos en contra de la mega minería, en favor del medio ambiente. El gobierno que llega, siempre viene mintiendo y después hacen todo lo contrario. Cada vez que asumen demuestran que sirven sólo para recibir órdenes de los que verdaderamente tienen el poder en el mundo, ellos son como antes eran los alcaldes, son unos pobres tipos. Y estoy hoy en día en grupos de defensa del medio ambiente, como participo de otros grupos como Poetas del Mundo, o de grupos internacionales de muralistas.

¿Cómo te surgió la idea de escribir y dibujar Chilo, eras desde siempre consumidor, lector, de historietas?

Si, de niño mi hermano me regaló una vez un libro de Julio Verne y unas historietas, y chau, comencé a leer y no dejé. Y en el dibujo fui autodidacta, agarraba revistas y copiaba, y de allí salió el pollito. Tengo otros personajes, como “Cardón”, “Cactus”, “Penco”, “Caracolcito”. En El Independiente hicimos también una pequeña serie con Pedro Agost, historietas de los caudillos, aunque después no le dimos continuidad. Chilo lo empecé con diario El Sol, y después lo continué en el diario El Independiente. Apareció en El Sol un tiempo y después me fui, porque el Director que estaba a cargo me decía que el gobernador de esa época, que era un milico, entregaba unas casas y quería que el pollito aparezca entregando esas casas. Yo entonces les dije que no, que el pollito era otra cosa. “Pero es lo que yo quiero que hagas porque es el gobernador” me decía el tipo, y le repetí “pero yo no quiero”.

¡Qué momento, te podrían haber llevado preso!

¡Totalmente! Me fui de allí tan enojado que no volví nunca a cobrar ni a decirles que no volvía más, estaba indignado.

Allá por 1989 comenzaste a publicar el suplemento juvenil “Los Herederos” en El Independiente. Era muy novedoso para La Rioja un suplemento para jóvenes en los grandes diarios ¿Fue idea tuya o te la propusieron?

Fue idea mía. Comenzamos haciéndolo con Juan Carlos Sacramento, que era Alfredo Flores, el dibujante de acá que después terminó trabajando para las grandes editoriales de historieta en Buenos Aires y afuera del país también. Empezamos esa experiencia en forma muy loca, teníamos corresponsales en los pueblitos.

¿Qué devolución te hacían los jóvenes, les gustaba?

Si, incluso hoy me encuentro con gente ya grande que recuerda esa época, que leían el suplemento para interiorizarse de lo que pasaba entre los jóvenes. Ya fuera que se trataba de una peña, los bailes, recitales, todo salía ahí. Después intenté hacer el suplemento en otro diario, pero allí no le agarraron la onda, no fue lo mismo.

Y en esa época, con lo complicado que era hacer un suplemento o una revista, tenías que dibujarlo todo a mano, diagramarlo con lápiz, revelar las fotos y colocarlas…

 Si era todo así. Después le sacaban una foto para hacer una chapa y la hacían imprimir. Igual era una cosa muy linda de hacer, muy artesanal. Después en la era digital comencé a usar los primeros programas digitales para este tipo de trabajo que aparecieron, como el Photoshop. El diario realmente fue una experiencia muy interesante. Hubo después un momento muy duro; hubo una lista que hicieron de gente que nos oponíamos a Menem porque había dado el indulto. Yo lo dibujé ese día a Chilo llorando, y diciendo que, por lo que hizo Menem, le daba vergüenza ser riojano. Salió una lista de personas, como periodistas, políticos, artistas, y yo estaba en la lista. Yo me tuve que guardar, esconder, y el diario me cuidó. El otro día me encontré con uno que trabajaba conmigo, en la imprenta, me acordaba de ese momento… y medio que me acuerdo hoy y me emociono, me ayudaron desde la parte más humana del diario, los trabajadores. Y esa persona estuvo conmigo todo el día esa vez, acompañándome. Y este compañero me decía “yo lo hago porque también lo viví en otra época, cuando entraban con las armas”.

En las décadas del  ’80 y ’90 tuviste una actividad muy intensa como fotógrafo de eventos culturales, La Rioja era una ciudad de menos habitantes y menos actividades artísticas que ahora, por lo tanto vos estabas casi en todas. Mirándolo en broma, si no aparecías en alguna, daba la impresión de que ese evento o acto no tenía importancia para nadie, no había existido.

Sí, es verdad que me gustaba estar en todos. Y si había algún evento nuevo, raro, también iba. Como cuando trajeron algunos elementos de la Luna e hicieron una muestra en la Casa de Gobierno, traían piedras o arena de la Luna, ese tipo de cosas también me atraían.

Deben ser innumerables las anécdotas que te quedaron de tantos años de fotógrafo.

 Tengo un montón de anécdotas de esa época, y no sólo en La Rioja. Me acuerdo por ejemplo que fui con mi hermano a Córdoba a verlo al Dalai Lama. Fuimos a su charla, y estuvimos hablando con él y con otros sacerdotes tibetanos, traductor mediante. En un momento, le doy a alguien mi cámara para que nos tome una foto. En ese momento el Dalai Lama tomaba un té y sacó una galleta para comer. No sé si me vio cara de hambre, pero me regaló la galleta. Y efectivamente me la comí. Había dos seguidores del Dalai Lama que me decían después “¡Cómo te vas a comer una galleta que te dio el Dalai Lama, tendrías que haberla guardado para siempre!” Y bueno, que querés que haga, tenía hambre, les contesté (risas). Otra que recuerdo, es un cumpleaños de Carlos Menem al que llegué. Estaba él cortando la torta, y había como ciento cincuenta mil fotógrafos para sacar la imagen de ese momento. Entonces me dije: “la única manera que tengo de tomarle una foto es poniéndome detrás de él”. Así que me puse detrás de la torta, tomé una foto donde salían todos los fotógrafos, y a su vez yo salí en todas las fotos.  Los de los canales nacionales e internacionales me querían matar después “¿Por qué te cruzaste atrás? ¡Nos arruinaste la nota!” me gritaban (risas). Otra me pasó con el recordado y querido cura Praolini, un tipo muy especial. Después de hacerle una nota, se me ocurre poner mi cámara en una mesita y preguntarle si la podía bendecir. Me dijo que sí, cómo no. Y cuando termina de bendecirla, todos los fotógrafos, que había muchos ese día también haciéndole una nota, me copiaron la idea, y levantaron sus cámaras para que se las bendiga. Ese recuerdo un poco me emociona también.

Y ya que te acuerdas de eso último ¿Tienes algún tipo de creencia espiritual, religiosa?

Sí, yo creo en la tierra, en la naturaleza, la Pachamama. En todas las versiones que tiene la Pachamama, porque los pueblos originarios tienen casi la misma forma y estructura de creencia, en su forma de relacionarse con la tierra y con la energía. Respeto y conozco todas las religiones, desde el budismo tibetano, el Corán musulmán, la Torá de los judíos, la Biblia, los vedas y el Bhagavad Gita de los hindúes; pero me emociono y vibro con la tierra. Todos vibramos juntos, no es que el mundo gira alrededor mío sino que todos giramos juntos. Es tan importante un conejo un plantita que esté ahí abajo, como yo, todos somos lo mismo en la naturaleza, esa es la cosmovisión que me gusta.

Otra faceta tuya es la escritura de poesía. Y participaste en “El Libro de los Poetas Jóvenes” que fue una antología de poesía joven (la primera que se hizo en la provincia, allá por 1991) recopilada por Héctor David Gatica, en donde vos y Pancho Cabral lo ayudaron a  encontrar jóvenes que querían publicar sus primeros versos. También acompañaste a esos jóvenes a presentar ese libro en otras provincias. ¿Te sentiste bien con esa experiencia?

Si, presentamos ese libro en Catamarca, Salta, Tucumán, fuimos a un encuentro latinoamericano de poesía. Una experiencia espectacular haber podido compartir eso, ser un aporte para David Gatica, una persona mágica. Hay sabios acá para mí, gente que uno tiene que tener como referente. Y Héctor David Gatica es uno de ellos, cerrando los ojos. Yo pude hacer esa colaboración que fue importante, y si puedo seguir haciendo otras cosas con él, sería maravilloso. La revista Integración Cultural que después se transformó en libro…ese tipo de cosas donde él es un gran rastreador de la cultura riojana. Una persona que va y él hace que queden reveladas, gente que está haciendo cosas, que están ahí, y les da ánimo, y los hace conocer. Y eso es muy difícil en los artistas, los creadores, ver una persona que tenga esa capacidad de ayudar a otro en lo que pueda. Y yo trato de hacer eso. Eso es constante en David Gatica. Y no sólo conmigo, yo sé que lo hizo con muchísima gente del interior, de apoyarlos, ayudarlos, poetas y otros artistas.

¿Y te gustó compartir eso con chicos tan jóvenes?

Claro que sí, es una experiencia que se debería hacer de nuevo. Ahora hay cuatro o cinco veces más de jóvenes haciendo poemas. Hay grupos de lectores de poesía, que se reúnen y comparten la lectura, la analizan. Pasa ahora en el mundo y pasa también acá.

Tocas instrumentos, háblame un poco de tu parte musical.

Estoy con todo lo que sea, más que nada, aerófonos, instrumentos musicales precolombinos, ceremoniales básicamente. Toco la ocarina, que aquí tienen como cuatro mil años de antigüedad, pero un italiano lo quiso patentar como propio al instrumento, como tantas coas que nos quisieron robar los europeos. Ese instrumento yo lo hago, como artesano, y doy charlas para quienes quieran hacerlo y también ejecutarlo. Yo lo aprendí a hacer de la enseñanza también, de otros artesanos.  Pensar que antes, los artesanos de ocarina no querían que todos supieran hacerla ni tocarla, decían que no era para cualquiera, y yo quería que se volviera un instrumento popular y que cada artesano tuviera su propio estilo de hacerlo, y hoy en día está lleno de tutoriales en internet para confeccionar una ocarina.  Toco también un poco de charango y algo de guitarra, y compongo, hago algunas cosas…pero nunca hice presentaciones ni nada. Eso está como un proyecto para hacer.

¿O sea que alguna vez podremos llegar a escuchar un álbum tuyo, o una presentación en vivo del compositor Roque Silva?

Alguna vez lo haremos (risas) Tengo varios proyectos que quedaron inconclusos. Uno de ellos es hacer una banda de cuarteto, pero sería cuarteto de protesta. Se llamaría “Corazón de Plancha”. De vez en cuando me los cruzo a los changos de lo que será esa banda y me preguntan “¿Cuándo largamos?”. Llegamos a hacer un par de ensayos, incluso.

Sería un poco como el estilo de la Mona Giménez, entonces, que tiene contenido social en sus letras…

Así, pero más directo todavía. Y Corazón de Plancha, porque  está hecho con “resistencia”. Hasta tenemos el logo, que es una plancha con forma de corazón. Son unos changos que hacían rock, y para vivir hacen cuarteto. Ahora están desparramados en todos los grupos, pero siempre me dicen “tenemos que volver a armarlo”. Sería algo así, medio raro.

(Continúa en el próximo número de Aguada)

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