MARIO PACHECO: UN HÉROE RIOJANO EN LA GUERRA DE MALVINAS

(Primera Parte)

En este mes de junio, al conmemorarse otro aniversario de la rendición del ejército argentino ante las fueras británicas por lo que fue la guerra de Malvinas, considerábamos muy relevante entrevistar a alguno de los soldados u oficiales que participaron de esa guerra. Aunque denominar ¨héroe” a un ex combatiente de Malvinas puede sonar redundante, poco original, verdaderamente a nadie le  cabe otra denominación mejor que a esos hombres que arriesgaron en extremo su vida en esas islas,  no solamente enfrentando el miedo a la muerte contra balas, misiles  y cañonazos del enemigo, sino también por las durísimas condiciones del frío y húmedo clima de las islas, además –  en algunos casos puntuales de trincheras – contra la falta de alimentos y otro tipo de provisiones.  Sumado a que, en el caso de los que pudieron volver con vida, tuvieron que afrontar la pérdida de alguna parte de su cuerpo o el durísimo stress post traumático de la guerra que se carga de por vida; así como lidiar con la indiferencia con que la sociedad argentina los recibió al principio, a pesar de haber luchado –siendo tan jóvenes, casi adolescentes –  convencidos de que tenían que defender su país y que valía la pena dar la vida por el mismo. Y esta es la denominación que le cabe a Mario Pacheco (y a sus compañeros) ya que es uno de los riojanos que combatieron duramente y con valentía en esa guerra del Atlántico Sur.

Por Pablo Esteban Gatica y Elena Granillo

Mario Pacheco, se sienta a realizar la entrevista, y nada en su tranquilidad y cordialidad delata al antiguo sub oficial que combatió en 1982 en las Islas Malvinas con el grado de cabo y que hoy tiene que cargar con muy duros recuerdos y también, como todos los veteranos de guerra, con el stress post traumático de haber visto tanto dolor en los campos de batalla y la insatisfacción permanente, que él dice no poder evitar, de no haber podido como militar de carrera, ganar la guerra. Sin embargo, su sentimiento patriótico se siente a flor de piel cuando afirma que si hubiera podido volver a combatir a las islas lo hubiera hecho. Como integrante del Centro de Pensionados y Veteranos de Guerra de La Rioja, sigue velando para que se respeten los derechos de los ex combatientes, con quienes además realiza tareas sociales de ayuda comunitaria. Asombra, conmueve y estremece tanto sacrificio realizado en la guerra – y al terminar la misma –   y a la vez tanta convicción en lo que piensa y siente sobre su historia y presente.

Antes de ir a las Islas Malvinas, vos estabas haciendo la carrera militar, de suboficial. ¿Así comenzaste?

Lo mío en cuanto a la carrera militar viene de familia, en el año 1978 decidí iniciar la carrera en Buenos Aires, y en el año ´79 comienzo como cabo de arma de comunicaciones, fui entrenado ahí mismo, en Palermo, en plena Capital Federal, allí es donde esperé y salió todo esto para   Malvinas. En 1980 fue mi primer año de cabo, salíamos a Mercedes, provincia de Buenos Aires, para hacer ejercicios, conocimos la gente del Regimiento 6 de Ezeiza, esos eran los lugares de adiestramiento que teníamos.

¿En ese momento eras el único riojano haciendo la carrera militar?

Dentro del arma de comunicaciones de mi compañía, si, era el único.  Mi primer año de cabo fue en Bullrich y Cerviño, a dos cuadras de lo que es el Puente Pacífico; estaba el comando del primer cuerpo del Regimiento Patricio, la Compañía de Comunicaciones nº10 con la que fui a Malvinas, había otras unidades más, cerca de ahí está el hospital militar, la cancha de polo, todas esas cosas. En ese centro, y por haber hecho las cosas bien me tocó ese destino privilegiado en ese momento.

Cuando te trasladan a Malvinas ¿Ustedes sabían que iban a iniciar la recuperación de Malvinas, o los llevaron y recién en el vuelo se los dicen?

En el año ´81 se hizo un ejercicio grande en la provincia de la Pampa con la décima brigada a la cual pertenecíamos nosotros, una campaña que duró 25 días, todo adiestramiento a toda la décima brigada, nunca se hizo antes, al menos yo no lo había pasado. Ese tipo de entrenamiento tuvimos el año anterior, nosotros en marzo del año ´82 veíamos que se movían de distintas maneras todas las unidades, había cosas que nos parecían extrañas, se comenzó a preparar todo; nos enteramos por boca de nuestro jefe, pero principalmente por los medios de comunicación, porque el 2 de abril cuando desembarcan, en esa misma madrugada a nosotros nos reúnen los jefes, y ya no nos dejaban salir desde una semana atrás.

¿El mismo día, 1 o 2 de abril, te tocó viajar?

No, nosotros nos enteramos ahí y los vuelos nos tocaron el día 10 de abril, ese día llegó toda la compañía a Malvinas, comenzamos temprano; del Palomar se cargó, luego Río Gallegos. Primero creo que fue Comodoro Rivadavia, Río Gallegos y después a Malvinas directo, viste que hay fotos famosas de los aviones donde van todos sentaditos uno detrás de otro, tal cual, así.

Tal cual, los aviones Hércules ¿No?

Exacto, Hércules, los IA, creo que eran los otros, de esa manera llegamos un 10 de abril a la tarde, había neblina.  Uno no estaba acostumbrado a ese clima frío por supuesto, algo de viento, porque esa era otra problemática:  si había o no viento, que decolar o no el avión, que no podía aterrizar, bueno… Llegamos a media tarde, y uno cuando empieza a descender del avión y ve toda esa maquinaria militar, se sentía bien, se sentía que estaba en lo de uno, que se podía recuperar Malvinas, yo hasta el día de hoy sigo creyendo que se puede.

Porque vos te habías preparado para eso por tu carrera, ¿Verdad? era algo que estabas mentalizado para ese tipo de cosas.

Claro, después de que me dieron el alta psicológica digamos, que no fue mucho porque, siempre digo que gracias a los instructores que tuve, psicológicamente me fue bien.   Era dura la preparación en la escuela, en esos años era durísima, te ladraban en la cabeza, digo yo (risas), por ejemplo, corríamos y en el polígono, así titiritando te hacían disparar y lo debías hacer correcto, son cosas que en ese momento nos hizo bien.  Necesitábamos tener templanza; me quedó una frase de aquel momento “mente fría corazón caliente” viste, porque es así.  Llegamos a Malvinas y al ser comunicantes, nos tocaría armar el centro de comunicaciones, pero ya lo había armado el batallón de comunicaciones que venía de Bahía Blanca, que dicho sea de paso el presidente de nuestro centro fue soldado en ese batallón.

Tu tarea entonces era fundamentalmente la tecnología, o sea manejar las comunicaciones entre los soldados, los batallones, las radios transmisiones, ese tipo de cosas…

Eso somos los comunicantes, eso es lo que hacemos, la comunicación argentina en ese momento estaba provista de equipos israelíes, alemanes, VCR 321, GRC106, 142, francesas, las radios Thompson 300, que fueron una de las últimas que utilicé en Malvinas, ese fue un problema en Argentina, siempre fueron variadas las cosas, nunca hubo una línea. Esa era la misión del comunicante, manejar las redes, las líneas telefónicas, tirar los cables hasta primera línea, y que lleguen al centro de comunicaciones, a los jefes de regimientos.  Eso era un arduo problema porque cuando empezaron los bombardeos, había que ir a yapar los cables por que las bombas te cortaban la comunicación. Llegado el momento uno daba el alta, esto significa que cuando apretabas la teclita del micrófono de la radio y emite, al emitir era captada por las armas de los ingleses y lanzaban los misiles.  Después que fallecen dos hombres, se pasa la voz que teníamos que hacer otro tipo de antena, en lugar de la antena varilla debía ser una de alambre, manejarlo en 30 a 50 metros. Siempre digo que, como todo veterano de guerra uno lo es porque también se aprenden cosas, como todo viejo. Me quedé hasta el final de mi carrera, me retiré al final del 2017, porque siempre quise volver, quise volver a recuperarlas, me sentía capaz, todo lo que yo pude he sembrado y le he comentado a mi gente de cómo es la guerra, no es para cualquiera, hay que prepararse, en especial de la cabeza, principalmente.  Hay cosas que uno dice, “el único disparo que se ha escuchado una vez fue, cuando estás en la fosa de marcadores y a 150 metros tiran, y vos sentadito esperando que te digan marquen, como un teléfono, la radio y vos bajás el tablero y dice un 7, un 8, un 10, si, es un 10, viva la patria”; y de allá se saca una bandera argentina y dicen viva la patria, viva la patria”, eso fue lo más cerca que tuvimos de que nos disparen, vos estas ahí y los disparos se sienten por todos lados.

 ¿Vos estabas en Puerto Argentino o tuviste que ir a los campos de batalla, te tocó estar en alguna trinchera, en algún frente?

Si, vuelvo un poquito atrás, cuando fuimos ese año anterior a la Pampa me designaron como operador de radio del comandante de brigada, me dieron un Jeep Ford, con tres equipos bases de tres redes, operación, inteligencia y logística, es lo que manejaba, entre otras cosas. El general –  que en paz descanse –  me trataba mal.   Entonces cuando llegamos a Malvinas, dijo “junten a todos, ustedes van a ser operadores, ese será el apoyo que van a dar”, la radio nuestra lo daría en el caso de que se rompieran o se quemaran, o lo que fuera, entonces dan los turnos de los operadores.   Hablo con mi encargado y le digo que no quiero ser operador al lado del general, me pregunta por qué, le explico las causas, y respondió “bueno está bien, quedate acá”, Algunos compañeros me dijeron “no te hagas problema, nosotros te hacemos los turnos tuyos”. Al segundo día comencé a mirar y agarré mis soldaditos y nos fuimos a ayudar en la sección alámbrica; estaban las radios eléctricas y las alámbricas, que eran los teléfonos.  Reparten tareas y nos vamos con el resto, hasta que en la segunda semana, el encargado me dice que me llama el jefe, “tenés que ir al  cuartel de los Royal Marines”, había unos cuantos kilómetros, y me dijo “agarrate un fusil, casco, y anda” le dejo los soldaditos encargados a él y me voy a ver al jefe, me presento, me atiende y me dice “tiene misión, que anda haciendo”, “ tiro líneas telefónicas con la sección alámbrica, instructor de la sección eléctrica, ya no hago turno de operador y algo tengo que hacer”, “bueno ahora vas hacer, vaya al centro de comunicaciones, retire su equipo y se le presenta al jefe de Regimiento 25”. Y el jefe de ese regimiento era Seineldín, “él tiene todas las ordenes vaya de parte mía”. cuando me voy yendo me dice “suerte, que tenga éxito”.  Me voy a mi compañía que estaba en ese momento en el Tom Holland, o sea en el cine teatro que tenía Malvinas, un lindo lugar, de allí tengo algunas anécdotas en off… Les comunico a mis soldados, ellos querían venir conmigo, pero no se podía, nos saludamos, éramos como una familia, ellos con 18 años y yo 19, en fin, abrazos, algunos enojados, pero bueno, había que cumplir órdenes.  Entonces se quedaron con mi encargado de compañía, con mi jefe de sección en ese momento; busco radio, bolsón, fusil, casco, todo como pude, debía ir cerca del aeropuerto, ahí tenía la defensa echa el Regimiento 25. Cuando llego allá , me vieron venir, me encuentro con el encargado del regimiento, hombre grande, por supuesto, me dice “cabo venga”,  me presento, y digo “me manda el Mayor Domati a verlo al Comandante Seineldin porque tiene una misión para mi” “si, si, pase por el mayor, segundo jefe” y estaba allá el famoso Seineldin y me dijo “como le va, mucho gusto, que sabe de su familia”, y respondí, “lo último que sé que están bien, pude hablar por teléfono cortito nada más”, “ bueno pero están bien” , “si, si”, y me dice “¿quiere comer algo?” ,”no, no”, “bueno, pero almuercen todos”. Porque él era así de respetuoso, almorzaban todos y después lo hacía él. Nos dice después” llamen a Laferrere, a León, a todos, que vengan, la misión de ustedes es ir a dar la temprana alarma a Monte Longdon, es acá al frente, a 800 metros, pero ustedes van a dar más vueltas para llegar, en ese lugar hay un radar de la fuerza aérea y ustedes le van a dar la seguridad”.  Esa noche dormimos ahí, o sea dormir significa dormirse en un costadito, ponerse la manta, y el poncho plástico, al otro día levantarse temprano y a las 8 de la mañana nos ponen un camión Unimog, arriba del mismo el subteniente, un sargento, cuatro soldados, un cabo y yo, para ir a Monte Longdon.  Nos vamos al campo de helicópteros.  Había dos kilómetros más o menos, nos recibe Anaya, el hijo del conocido almirante, piloto del ejército, y nos pregunta si alguno había andado en helicóptero alguna vez.  Respondí “solo yo una vez, el resto ninguno”, bueno es sencillo suben se ponen el cinturón, agarren bien las cosas, el helicóptero hace así y asá, ustedes no se van a caer, pero agarren bien las cosas”. Yo acomodé las cosas entre medio de las piernas.

¿Eran abiertos a los costados los helicópteros militares, como en las viejas películas?

Si, en un costado cerraban y del otro no porque iba el artillero, recuerdo que al artillero lo encontré después de 35 años en Comodoro Rivadavia, también en actividad.

¡Me imagino el frío, volar a esa altura, con ese frío y abierto!

El hombre es un animal de costumbre, se va acostumbrando de a poco, antes de terminar mi carrera estuve en Comodoro Rivadavia, frío, viento, y te vas acostumbrando…pero eso sí, quería volver a La Rioja (risas).

¿El lugar más frío que tuviste fue Malvinas, en toda tu vida militar?

Sí, porque tuve la oportunidad de estar con los cascos azules en alguna parte de Europa y no, en realidad lo que más frío te daba es que hiciera seis grados, pero si corre viento bajaba a cuatro grados.

¿Te pasó estar en una trinchera, en una situación climática extrema, con mucho frío, con llovizna?

A eso voy, cuando llegamos a Monte Longdon, después de que nos hizo asustar este desgraciado de Anaya, bajamos y cavamos el pozo de zorro o las trincheras. Entonces damos la temprana alarma desde este lugar, que no era tanto porque estaba el radar, pero al frente no teníamos a nadie y al otro lado de la pista estaba Malvinas, la ciudad. Todo empezó un 1º de mayo, para mí eran como las tres de la tarde, un poquito antes, porque habíamos comido algo, y dice un soldado “allá se ve algo que se mueve” y otro responde “esas son islas que andan flotando” …nos mirábamos… y a esas islas se las comenzaba a ver más grandes, se les veía la silueta. Damos la novedad por radio y el subteniente, pobrecito, estaba desesperado, informamos las novedades y dice este general “dígame de qué color es” “y, no se divisa”, dice “Tilo 4 usted es mi operador”, ya me conocía el tipo, y me dice “escuchemé; usted es el jefe de patrulla, yo no “. Nos pedía color, que tipo de barco era, no teníamos ni idea, nunca nos habíamos preparado en ese aspecto. El sargento me dice “deme a mi” y dice “Tilo 4 son dos barcos, tanto, tanto y vienen directo hacia el aeropuerto, corto”. La hizo cortita el Sargento.  Empezaron a llegar, se veía que eran tremendos barcos, y comenzó la artillería de abajo a tirarles.  No le acertaron nada, porque no habían tirado prácticamente, ellos dicen si, que le pegaron, pero no, yo los estaba mirando desde arriba, “quiero hacer una película con eso”, siempre digo, y se fueron… cortina de humo y se van los barcos.

Debió ser un momento de nervios increíble para todos…

Ellos se disponen a disparar, y contestaban los nuestros de acá abajo, vienen dos aviones de los nuestros, y me llaman para decirme “van a pasar dos aviones, no vayan a disparar” listo, “subteniente no disparen, no disparen, alto el fuego, alto el fuego, eran de los nuestros”. Estos aviones lanzaron los misiles aire-agua, hacen maniobras y no les acertaron, es ahí donde se hace la cortina de humo y se van.

¿Es una técnica de guerra de los barcos, tiran humo para que no se vean?

Claro, para que no se vea a donde están, si a la izquierda o a la derecha, ellos no saben, yo creo que se fueron tocados por la artillería nuestra, a partir de ese momento fue nuestro calvario.

Ese fue el debut, el bautismo de fuego como le llaman.

El bautismo de fuego, el de todos nosotros, me imagino, porque ninguno debe haber tenido antes un combate. Digo que empezó nuestro calvario porque al día siguiente como a las 10 de la mañana por el radar dicen, “dos hostiles, dos hostiles, al oeste, a tantos grados, a tantos metros” y saltaba el subteniente, no sabía que decir, el sargento le dice “cálmese, cálmese, son dos aviones por la velocidad y van a venir por el desfiladero” por eso a ellos los habían puesto allá. Y dicen “están a cinco mil metros, a tres mil metros” Imaginate, cuando decían a mil metros nos preparábamos y abríamos fuego porque pasaban, se hacía fuego reunido (Pacheco hace gesto con las manos de estar apuntando todos a un mismo punto) a uno de ellos le dimos, y cuando otro se encuentra con esa cortina de fuego de nosotros – quince, doce, no recuerdo cuantos éramos –  se van, en vez de irse para el aeropuerto, porque seguramente tirarían algo, se abren y se van. Así estuvieron, uno a la mañana, dos a la tarde, hasta que, al cuarto, quinto día ya no venían por el mismo lado, venían de frente y nos ametrallaban y nos tiraban con bombas, con misiles.  Ahí mataron al otro operador del Mag, que era el arma más potente que teníamos, el Fal, el Fama, el Mag, eran del mismo calibre, pero el volumen de fuego era distinto. Entonces nos reemplazan, y al décimo día ya era insostenible.  Hacíamos cambios de posiciones, nos cruzábamos de un lugar a otro de modo que los tipos, más allá de que tenían referencias, no sabían a dónde nos iban a encontrar. Cuatro aviones, fácil, se fueron humeando, hasta que, pasado los quince días, llega un mensaje diciendo que nos replegaban a nosotros e iba la compañía del Regimiento 4. Cuando llegan, baja el jefe, la plana mayor de ellos, el subteniente primero , el capitán, lo saludan al subteniente “póngase al lado del helicóptero, los Chinook, los doble aspa, cargue su material y vaya”, y dice “quién es Pacheco, lléveselo usted porque está con la radio”, le dije “yo soy Pacheco”, ”bueno se tiene que quedar conmigo”, todo esto hace que uno tenga que estar bien preparado de la cabeza.

En esos enfrentamientos que duran horas o días ¿Cómo hacían para soportar físicamente tanta tensión, tantos días? ¿Podían dormir o, por el contrario, no dormían nada, se podía comer o no, con tanta tensión digamos, o simplemente se acostumbran y ya no sienten la tensión? ¿Cómo se viven esos momentos?

Uno se va acostumbrando. Al principio no, porque el primer combate fue favorable a nosotros, ellos no sabían que estábamos ahí, nosotros los hemos sorprendido, ellos no nos disparan, la segunda vez igual, ellos trataron de ingresar.  En vez de venir a 300 metros, se fueron a 600 y no se podía disparar, las dos o tres primeras escaramuzas que tuvimos era de nosotros a ellos, pero cuando comenzaron a venir de frente cambió la historia. Nos tiraban de frente a nosotros. Siempre digo que el temor está en todos, en todas las personas; el miedo no, porque el miedo te paraliza, y gracias a Dios todos los que estuvimos ahí hemos tenido temor, pero no miedo.  Si bien el temor es muy particular, o sea es de cada uno, nunca se lo demostraba. Al contrario, se demostró compañerismo, nos dábamos ánimos, ese tipo de cuestiones, cuando combatimos.  Más allá de cuando mueren los compañeros de ellos; porque no eran mis compañeros inicialmente, yo fui apoyar, aunque yo era un desconocido, o sea, ellos lo sentían más que yo.

Los que hicieron la carrera militar, oficiales, suboficiales, ¿Afrontan mejor el miedo, afrontan mejor la muerte, o sea psicológicamente y emocionalmente, que el conscripto que a lo mejor no estuvo preparándose toda su vida, y marcha a una guerra solo porque le tocó hacer la conscripción?  ¿Es distinto también después que termina la guerra, la secuela que le puede quedar a un oficial a la que le queda a un conscripto?

La parte psicológica, yo hasta el día de hoy sigo con psicólogo, porque hace dos años atrás tuve una situación, me fui a Córdoba y debí continuar con un psicólogo… puedo decir que a cada uno le afecta de distinta manera, es lo que yo veo en mi entorno, en mis compañeros de acá, en los de Buenos Aires, amigos, soldados que hasta el día de hoy les aqueja de distinta forma.  Creo que el que hace la carrera por vocación está mejor preparado, por eso ahora el voluntariado es más importante que el servicio militar obligatorio, si bien el servicio obligatorio es bueno para todos, porque aprenden a valorar la bandera, la patria, la mamá, el papá, es bueno en ese aspecto; pero para lo que es un combate no tanto; la mayoría de los ejércitos hoy en día son profesionales. Estados Unidos, Inglaterra, Australia, Austria, Francia; no es igual a un soldado profesional que está cinco, seis años haciendo lo mismo, que duerme pensando en eso y cuando despierta ya sabe cómo tiene que desarmar el arma, o como la tiene que cargar, si está oscuro la va a cargar o limpiar igual, es mucho mejor; quiero destacar la gente que me tocó a mí tanto en Monte Longdon como en Dos Hermanas, los soldados, la valentía. Era de otro tipo de crianza, en ese entonces había el famoso “psicólogo” le decían los muchachos al cinto, a la ojota (risas) era otra generación. Ahora yo tengo hijos de treinta años y anda la madre detrás de ellos, que pobrecitos, no le digan nada, y no es así, y uno se calla para mantener la familia y estar tranquilo.  A cambiado mucho en ese aspecto, creo que psicológicamente estábamos mejor preparados en aquel momento, creo que, si hoy tienen que ir seria mas difícil, no voy en detrimento de nadie, sencillamente lo digo.  Es más, por ahí me equivoco, no soy dueño de la verdad, veo chicos que son apañados a lo que eran antes, capaz salen buenos, ojalá y Dios quiera. Repito, a todos nos afecta de forma distinta. Yo he visto muertos, heridos, los he soñado, mi mujer cuando yo tenía esos sobresaltos me abrazaba y me decía “quedate tranquilo, estás en casa”, la adoro, se bancó un montón de cosas.

¿Cómo lo vivió tu familia? Debe haber sido duro, creo que tu padre, falleció por la angustia de que estuvieras en la guerra.

Mi padre falleció en el ́mismo ’82, en noviembre.  Pero cuando regresamos, en mi caso y otros tantos, fuimos al hospital militar de Campo de Mayo y nos metieron en una habitación grande. Te hacían preguntas y te querían dar pastillas, pero siempre hay un enfermero macanudo y uno me dice «¿Cómo está?» y le decía «yo me siento bien, me quiero ir a mi casa nada más», y me dice «no tomes la pastilla»” Eran calmantes. Por ahí andábamos con sobresaltos, te enervás, como ahora que me enojo por cualquier cuestión, pero bueno, me escapé, me fui a mi casa. Llegué y abracé a mi mamá, primera y principal, viste que los changos somos “mameros”. Y después a mi papá, él me abrazaba, nos abrazamos y me tocaba para ver si tenía los brazos, las piernas, y le decía acá no papi, tengo lastimado y se ponía mal, me decía que te hiciste, fue duro para ellos.  Mi hermano mayor me contaba que el nerviosismo de no saber cómo le iba a uno allá, le carcomía la vida a mi papá, se le elevó la diabetes. Siempre digo “me estuvo esperando a mí”, y fallece en noviembre de ese mismo año ´82 y mi mamá falleció hace 4 años. Yo cuando volví del Monte Longdon y las Dos Hermanas, toda la compañía mía me creía muerto, porque lo mío no terminó en Monte Longdon, pasé por Dos Hermanas para el Regimiento 4 y después terminamos con el 7 en Monte Longdon. Yo bajé a las siete y media de la mañana, llego como a la ocho adonde estaban, parecía un fantasma, y todos me abrazaban, me decían “¿cómo está?, y yo dije “con hambre, quiero comer”.

¿Llegaban a Malvinas las donaciones que hizo la gente

Llegaron, si, llegaron, a mí me llegó una bufanda, las cartas, las famosas cartas, Tengo un compañero que a través de esas cartas hoy es abuelo de cuatro chicos y está radicado en Mendoza. Esas cartas ayudaban, había muchos que no recibían nada, te estoy hablando del primero al diez de mayo, ya no llegaban cartas, pero ese mantenimiento a la moral que se hacía en ese aspecto siempre funcionó, mientras no hubo escaramuza, digo yo, mientras no hubo combate.

(Continúa en el próximo número de Revista Aguada)

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